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Jorge Dager
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JORGE DAGER
Bodegones y naturaleza según Jorge Dager
Dager visualiza la naturaleza muerta con la nueva y magnifica modalidad de mirar el detalle. Sus composiciones están impregnadas de una luz que se capta en cada uno de sus trazos y provoca sombras radicales. Su obra contiene nuevas formas como el plástico y el vidrio presentado como elementos de contención y apropiación de las frutas, parte fundamental de su composición. A quienes observan las obras del pintor les cuesta creer que fueron logradas por mano humana, en virtud del extraordinario realismo  que logra desarrollar en sus composiciones. Por ello su obra fue analizada y valorada por un grupo críticos de arte de la Unión Europea, y como resultado le otorgan en el año 2002, el Premio Internacional Salvador Dalí, que lo convirtió en el único venezolano merecedor de ese prestigioso galardón.
Una de las características de la propuesta de Dager es el enfoque forzado en close-up que aproxima la mirada del espectador a centímetros de la pintura, y el encuadre focal que instaura la nueva manera de la naturaleza muerta, para descubrir hiperrealismo en cada sección de los cuerpos frutales.
Realizo su primera exposición individual en la Galería Díaz Manzini (Caracas). Luego mostro sus trabajos en el Ateneo de Caracas, en el Museo de la América de San Juan de Puerto Rico, en el Grand Bay Club de Miami y en la Galería 33 Praha (Praga, Republica Checa). A estas exposiciones individuales se suman diversas muestras colectivas.
La obra de Jorge Dager nos conduce a una de las tradiciones artísticas más importantes: la naturaleza muerta. Su trabajo, que aun enfocado en un género temático practicado con éxito por muchos maestros, logra un hecho insólito: la quietud de sus frutas, la inmovilidad de los objetos que aparecen una y otra vez en sus pinturas, nos hablan del presente y de nuestra condición de latinoamericanos en el siglo XXI. A fin de entender la riqueza implícita en la rendición pictórica un sencillo bodegón, debemos precisar aunque sea a grandes rasgos el rol que cumple la naturaleza en la plástica actual, y específicamente en la obra de este joven artista venezolano. Tambien tenemos que tomar en cuenta, siempre con la idea de acercarnos o de comprender la razón de ser de las pinturas realizadas por Dager, algunos problemas del arte actual, y hacer hincapié en la relación de la naturaleza muerta con los grandes temas de la tradición artística occidental.
Este es el trasfondo de la obra de Jorge Dager, un trabajo pictórico que insiste en regresar al hombre a su condición de observador, localizando las zonas de la realidad donde es posible reencontrarse con una primera naturaleza avasallada y humillada. El arte contemporáneo no admira a la tierra, con excepciones; no se cautiva fácilmente por la belleza sencilla de una fruta. Los bodegones de Dager no son perfectos, como no lo es en ninguna instancia la naturaleza. La perfección, la exactitud, la ausencia de errores (la ausencia de la muerte o el deterioro) estará en las matemáticas, pero nunca en una fruta que vemos cambiar, echarse a perder ante nuestros ojos, indiferente a nuestra pasión por la inmortalidad. Esto no siempre se cumple, es verdad: algunos artistas internacionales mantienen hoy la curiosidad por las formas naturales y los bodegones. Pero en Dager, la pintura es elogio al cambio y a la belleza de aquellas cosas que sabemos no duraran. La fragilidad del color, el tenue resplandor de una concha de mango, capturado bajo la sombra, son todos matices pasajeros que el artista quiere conservar.
Podemos detenernos aquí y conservar sobre otros aspectos de su obra relacionados con la impermanencia, pero quisiéramos mencionar tambien la importancia otorgada por el artista a la composición. Existe un hecho básico, elemental: Jorge Dager escogió las frutas como la materia o tema de su trabajo. El artista inicialmente pensó en dedicarse a los estudios y la practica agronómica, una carrera relacionada con las ciencias de la naturaleza. Pero prefirió otro camino y se dedico durante nueve años, con disciplina y de una manera dedicada, con tesón y paciencia, a estudiar las técnicas de la pintura con su maestro José Mohamed en Caracas. No obstante, el mundo natural siguió allí, en las puertas mismas de su imaginación e inteligencia, jugando un rol decisivo. Las frutas son el origen de todo, empecemos por ahí. Ellas forman un microcosmos que se despliega en una obra que ya alcanza reconocimiento internacional. Jorge escoge sus frutas y luego arma el rompecabezas: construye el bodegón y lo estudia, lo fotografía, lo interviene. Finalmente, cuando está satisfecho, lo vuelve a fotografiar y empieza a trabajar con su modelo (la imagen fotográfica), alterándolo, ajustándolo a la concepción que su mente desarrolla. Las frutas son joyas irrepetibles cuyos colores armoniza, moldea y altera para crear retratos hiperrealistas que nos convencen. Dager puede construís belleza, a partir de elementos tan tradicionales, tan comunes como una cesta de mangos y uvas o unas parchita o un huacal (guacal) de madera. Los batidores reproducen la estructura de la madera que guarda en la bodega o en el campo, pero siempre con la firma del tiempo, la lucha contra el cambio, la vulnerabilidad de todo acto de belleza, delicado como ningún otro.
Es importante subrayar que el bodegón no ha sido en vano un tema preferido por grandes artistas a lo largo del tiempo. Justamente el género ofrece una fisura por medio de la cual se puede, tocar simultáneamente asuntos cotidianos y extraordinarios. Todo arte, estamos tentados a decir, es un bodegón. El artista reordena, acomoda, arregla, tal como lo hacemos todos los mortales, y no solamente los espíritus privilegiados con talento suficiente como para atreverse a aspirar a la condición de artistas. El bodegón tambien es una ventana a lo banal. Apenas una mirada que se detiene velozmente por algunos de los rincones de la casa que hemos dispuesto con particular cariño. El bodegón – en cuanta tradición plástica – vendría a ser el lado más humano y menos pretencioso del arte occidental, toda nuestra casa puede llegar a ser, y generalmente lo es, un arreglo de cosas, frutas y objetos. El bodegón es un género menor de la pintura, pero fue practicado por Zurbarán, por Juan Gris, Picasso, Caravaggio, Dalí, por grandes maestros, artistas contemporáneos y por venezolanos a lo largo del siglo XX y XXI. ¿Por qué? Una buena pregunta y su respuesta  pueden ayudarnos a entender el trabajo de Jorge Dager. A diferencia del arte conceptual o las vanguardias históricas a inicios del siglo pasado, el bodegón, al igual que el paisaje, difícilmente puede ayudarnos a pensar. Ahí está la literatura o la intensidad narrativa con que la contemporaneidad ha imbuido la tradición plástica, pero el bodegón carece de ese ingrediente. No está hecho para pensar o profundizar un simbolismo oculto, pero reconozcámoslo, el género tiene una poderosa fuerza intrínseca.
El bodegón es una naturaleza muerta que intenta deslastrar los objetos de posibles historias magnificas o grandes interpretaciones. Intencionalmente versa sobre lo más elemental y domestico: una bolsa de plástico, un huacal de madera, un coco, algunas frutas tropicales. Los objetos inanimados que capturaron la atención de los practicantes del género en el siglo XVII han variado muy poco en relación al presente, si acaso algún objeto fabricado hace poco o alguna vajilla de estilo moderno interfiere con la continuidad absoluta de la temática a lo largo del tiempo. Una naturaleza muerta conserva una identidad que la caracteriza y subraya la presencia de lo cotidiano como ningún otro género. Y esta es la visión del mundo, que ofrece Jorge. El arte, específicamente la pintura, intenta llevar o traducir a un plano visual un acontecimiento que ocurre en la realidad física o imaginada de una persona. Si el mundo dentro del cual ocurre este acontecimiento varía, se producirá un deslizamiento importante en la valoración otorgado al logro artístico. El universo pictórico de Dager- sus naturalezas muertas – nos obliga a repensar este cambio, pues las alteraciones de significado que produce la historia han sido detenidas o postergadas. El silencio de sus bodegones nos habla de una calma casi estática, de una quietud que escapa a las cronologías, de una idea del arte fuera del tiempo, donde las cosas están atrapadas en una soledad absoluta... El mango desconoce el arrebato heroico, pero su historia interrumpida nos invita a una fuerte experiencia estética, sin mayores complejidades. El realismo de Dager nos catapulta a lo básico, a lo más elemental de una experiencia, al contacto con lo efímero, con una belleza delicada en proceso de destrucción, de deterioro, de putrefacción y no por eso menos perfecta, tal como la experimentamos cuando visitamos el abasto o la frutería. Los bodegones atraviesan nuestra vida y recorren de punta a punta cada esquina de nuestra casa y memoria. Sus pinturas nos hablan del pasado del hombre que enfrento ese mismo espectáculo, la memoria física del objeto nos regresa a la sencillez del instante, cuando no podemos arropar la experiencia con teorías elocuentes y tan sólo nos queda vivir.


 

 


 

 
 
 

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